Una vida breve y fascinante
La historia del escritor Stephen Crane contada magistralmente por Auster
En La Llama Inmortal de Stephen Crane, Paul Auster se explaya al máximo en una biografía de sorprendente generosidad y nobleza. Despojado de todo vedetismo y de todo alarde narcisista, Auster se coloca al costado del derrotero del originario de Newark (1871/1900) y deviene una especie de duende, de compañero de ruta, de amigo fraterno, de amanuense tierno y feroz capaz de reponer una vida breve y fascinante.
Hijo de un matrimonio metodista y de prematuras rebeldías direccionadas, Crane se aventuró en el periodismo, en la literatura y en la militancia social. Abrevó en todas las vertientes de una literatura perentoria, rabiosa, fue corresponsal de guerra, activista, trashumante. De sufrir la desdicha de la falta de pan y del desamparo de dormir donde lo agarrara la noche, de disfrutar de la amistad de Joseph Conrad hasta partir al otro lado de las cosas, devorado por una tuberculosis, a los 28 años en un lecho de Alemania…Por Crane, con Crane, a través de Crane, hermeneuta de Crane, Auster vuelve a salir a la palestra con un libro de incontables páginas que devoramos con la misma relajada y expeditiva fruición que un niño devora una torta de chocolate.
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WALTER VARGAS
La vida según Auster
La niñez, la enfermedad, el azar, el amor, el dolor, los viajes, la culpa, la vejez, la muerte
En Diario de invierno confluyen la vida cotidiana, los recuerdos de la niñez, los accidentes, las enfermedades, el azar (ese tema tan austeriano), los vicios, la sexualidad, el amor por una mujer, la juventud y la vejez, la muerte (fuera de otros -padres, familiares, amigos y extraños- o como eje determinante de la existencia humana), las casas donde vivió (21 domicilios, en EE.UU y Francia, mayormente), el aborto, la familia (sus secretos, sus encantos, sus mecanismos internos), la intimidad, los “viejos tiempos”, las innumerables grietas (económicas, políticas, sociales, ideológicas) del modo de vida norteamericano contemporáneo, los rastros de su obra (con una inversión más que interesante: ya no es la realidad quien se cuela en la obra, sino la obra quien se revela en la vida, sobre todo con pistas probadas en Leviatán, El cuaderno rojo, Sunset Park, La invención de la soledad o La trilogía de Nueva York), la salud, los viajes (en avión, en buque, en auto), la relación entre emoción y pensamiento, el placer y el dolor, la incapacidad de llorar ante algunas circunstancias, la develación de su propia existencia (ya que tantas veces somos “extraños de nosotros mismos”), la incredulidad, la culpa, la nostalgia frente al pasado, su amor por Siri Hustvedt.
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HERNÁN CARBONEL
Rostros sombríos y tímidas luces
Insomnios poblados de narraciones
El “hombre” del título, August Brill, escritor setentón, viudo, se recupera de un accidente en casa de su hija divorciada, madre de la joven Katya, cuyo novio ha muerto hace poco. Los pertinaces insomnios del protagonista se pueblan de narraciones, una de las cuales se va armando ante el lector con toda la fuerza de un mundo paralelo al de Brill: los puntos de contacto entre ambos mundos serán los detonantes del suspenso. El gesto de narrar como comunicación y como antídoto contra el dolor se vuelve así una clave de la novela. Se narra la historia urdida por el personaje, pero también se cuentan momentos de su vida y de la vida de familiares y de otras personas. Se narran películas, pasatiempo del abuelo y la nieta, con un feliz agregado que, sin ser verbalizado, marca la diferencia entre literatura y cine, casi ingenua por obvia, pero no por ello menos cierta: lo que el escritor dice con palabras, el cineasta debe saber decirlo prescindiendo de ellas. Como los autorretratos de Rembrandt -a quien se cita- que pintan su vida. Como la música y sus sonidos, que han sido el mundo de la abuela. Como el manuscrito de la hija, madre de Katya: un estudio sobre Rosa Hawthorne, hija de Nathaniel, el de La letra escarlata, autora de olvidable poesía pero autora también de una línea que cobra vida en el contexto: “El peregrino mundo sigue girando”.
No hay escollos en las fluctuaciones entre la historia de August Brill y la de Owen Brick, el personaje cuyo periplo se va devanando en la noche insomne, configurando una ucronía que nos remite al Borges de “El milagro secreto” o de “Las ruinas circulares”. Brick tiene también sus propios sueños mientras es soñado por Brill, soñador que está a su vez siendo soñado por Paul Auster...
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EUGENIA FLORES DE MOLINILLO
Un personaje que se enfrenta desnudo a la vida
El arte de las matrioskas
Auster es un coloso en el arte de las matrioskas (más no desde ahora, desde siempre, o en todo caso así se reveló en La invención de la soledad o La habitación cerrada, ambas publicadas en los 80), que refrenda vivamente esa condición en una novela, como Sunset Park, que tanto puede concebirse como la historia de Miles Heller cuanto la historia de cada uno de sus compañeros de casa ocupada (okupas), o tal vez la historia de su padre (un prestigioso editor del que se desentendió a los 20 años para buscarse la vida lejos de Nueva York) y por qué no la de su madre (una actriz igual de carismática que de tormentosa) o la de su madrastra (una señora de vasta cultura y devastadas emociones). Idéntico espesor tienen las derivas de su relación con Pilar, joven cubana, menor de edad, que de forma involuntaria lo pone al borde de la cárcel y lo obliga a regresar a la ciudad que jamás duerme. Así, entre los coletazos de los cantos de sirena de la vida lujosa que desdeñó y una vida cotidiana en cofradía contracultural, Miles Heller desanda algunas huellas, construye otras y para bien o para mal, para bien y para mal, se las ve con la vida en estado de desnudez extrema, la vida químicamente pura. Tan prosaico y tan sublime como eso.
Sunset Park, en fin, guarda poca relación con La música del azar y Leviatán, dos de los textos con los Auster que cautivó a millones de lectores y contrarió a más de cuatro fiscales, pero lo que más importa es que conserva sus más sutiles emanaciones. Acaso porque su matriz poética gravita incluso en esas áreas donde presuntamente gobierna la aspereza. Auster es poco concesivo para auscultar el paisaje pero exquisito para describirlo. Si ahí no tenemos buena literatura, pues la buena literatura dónde estará.
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WALTER VARGAS